Leyendo un artículo sobre las últimas topmodels de Victoria’s Secret, nos surge una duda sobre el hecho de que una mujer pueda ser modelo. ¿Una mujer es modelo de qué? ¿O para quién lo es? ¿Una mujer es modelo para otras, debido a cierta disposición en las medidas de su cuerpo, que resultan ser algo así como perfectas, el eidos platónico o el arquetipo de lo que debe ser La Mujer? ¿Una modelo es el acto tomista de lo que en potencia fuera la Eva del jardín de Edén? Eso es algo muy cuestionable.

Declarar modelo a alguien, mujer u hombre, parece más un invento de hombres que una realidad objetiva. Por lo pronto, las topmodels casi siempre cumplen, además de con determinadas medidas de delgadez extrema que las convierten en maniquíes animados, con ciertos estereotipos que no pocas veces incluyen la presencia de bastante testosterona en sangre, la hormona de la proyectividad y la agresividad masculinoides —poses que sus mentores les obligan a asumir. Una mujer sin bastante testosterona en sangre —o en su defecto, arrogancia y petulancia aprendidas—, es decir, una mujer en verdad femenina que no sufra de nada de eso, no podría ser modelo de nada, no podría proyectar su figura como si fuese el perfecto cumplimiento de algún plan divino.

Además de las llamadas «estrellas» artísticas con fabricadas biografías y nombres —de las que se sirven las casas discográficas, cinematográficas y televisivas para vender esos frankensteins sonoros y audiovisuales que llaman discos, películas, series, etc.—, de seguro son las y los modelos —esas escuálidas marionetas bien vestidas y manejadas por control remoto por las casas de modas—, quienes ayudan a implantar tiránicos estereotipos de belleza, disfraces para lucir, que sólo menos del 1% de la humanidad posee por naturaleza, y que más del 99% restante debe sufrir por aparentar, anorexia, cosméticos y quirófanos mediante, engrosando los bolsillos de quienes bien viven a costa de ellos.

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Evidentemente, el secreto de la victoria en el mundo consiste en ver quién engaña mejor, y a mayor cantidad de gente cada vez. Saben que repetir repetir repetir algo, por muy absurdo que sea, poco a poco va penetrando en la conciencia hasta echar raíces en ella. Parece tonto, pero el método de la repetición ad absurdum funciona a las mil maravillas —incluso con quien crea que consigo esto no funciona y está libre de ello.

La implantación de unos cánones de belleza tan extraños y exclusivos a través del poder de los medios audiovisuales —que programan el cerebro y la percepción de las personas hasta el punto de que sólo ven la realidad que les fuerzan a ver—, está convirtiendo el mundo en un lugar sin gracia, sin verdadera belleza. La verdadera belleza está en la diversidad.