El Apocalipsis describe al Jinete del capítulo diecinueve

con una cinta en el muslo. En esa cinta está escrito con caracteres

sagrados la frase: ‘Rey de Reyes y Señor de Señores’. Realmente no

está el Rey en la frente sino en el sexo. Rasputín, ebrio del vino,

golpeaba con el Phalo sexual las mesas de la orgía

diciendo: ‘este es el rey del mundo’”.

MANUEL GÓMEZ RODRÍGUEZ (SAMAEL AUN WEOR)

Grigori Rasputín —el místico sexual ruso que tanto ruido hizo en la corte de los zares Romanov, especialmente entre sus mujeres las Románovas, poco antes de la Revolución de Octubre—, como todo personaje proteico, transgresor y fuera de lo común, generó y ha generado, desde el siglo XX hasta el XXI, opiniones muy diversas y encontradas, ya sean airadas contra él o admiradas por su fuerte y mesmerizante personalidad.

La presencia de la figura de Rasputín dentro de los medios occidentales ha sido tan amplia, que puede verificarse en la literatura más académica —historias de las religiones y de la sexualidad, esoteria o teosofía, crítica cultural o política— y en la novelística, hasta los personajes cinematográficos y de cómics, de revistas o animados.

Muchos son los que han comentado sobre Rasputín, mucho se ha dicho sobre él, demostrada o especulativamente. Pero algunas de las cuestiones relacionadas con su vida y su sexualidad, posiblemente las más peliagudas, han permanecido sin demostrar, o al menos carecen hasta hoy de argumentos sólidos.

A continuación de la presente introducción, pondremos hipervínculos hacia dos opiniones sobre Rasputín, emitidas por sendos autores serios. Esto no significa que nosotros apoyemos o neguemos lo que en ellas se plantea: son realmente las opiniones de esos autores, no las nuestras. La primera opinión que hoy publicamos es la del filósofo y epistemólogo colombiano Fernando González —tomada de su libro Viaje a pie—, y luego la del historiador de la sexualidad británico Burgo Partridge —tomada, por supuesto, de su libro Historia de las orgías. Ambas opiniones, a pesar de ser opuestas —González es casi laudatorio, y Partridge es bastante crítico— son en verdad bastante complementarias, pues el juicio de Fernando se enfoca en la valoración filosófica y ética de Rasputín, mientras que Burgo, sin dejar de emitir juicios de valor sobre la personalidad y sexualidad de Rasputín, se remite aún más a los datos históricos que se han conservado sobre su vida. Ambas opiniones, en su contraposición mutua, nos permiten apreciar también la controvertida, por no decir contradictoria percepción que en el mundo occidental se ha tenido de Rasputín.

No es extraño que Burgo Partridge haya querido incluir a Rasputín en su libro. Por una parte, ello se explica porque las orgías sexuales se contaban entre los métodos esotéricos de Rasputín, y por otra parte, porque Burgo estuvo bien empapado del espíritu transgresor y antivictoriano del Círculo de Bloomsbury —del que formaban parte sus propios padres, así como Virginia Woolf, y grandes conocedores de la mente occidental como Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein. En materia de sexo atípico, Burgo no tuvo espinas ni en la lengua ni en la pluma. Incluso —como puede leerse en el fragmento que citaremos— reprodujo en su libro la descripción de los ritos sexuales orgiásticos a que en el bosque se entregaban los adeptos de Rasputín. La sexualidad mística de la secta, a través de los orígenes jlystý o “flagelantes” de su guía espiritual, quizás se acercaba un poco a un incipiente BDSM.

Sin embargo, no deja de ser curioso que Fernando González tenga una visión tan positiva sobre Rasputín. Esto, de seguro, no sólo se debe a su costumbre de ir a contracorriente de todo, sino además al gran valor que el Filósofo de Envigado confería al poder emancipador que emana de lo más auténtico del propio espíritu, a más irrefrenable mejor. A esto y nada más se debe que El de Otraparte haya ponderado al monje herético de los Romanov, Yefímovich Rasputín —de quien, por su parte, Osho dijo que su poder mesmérico se debía a que conocía los antiguos secretos del control a través de los ojos, es decir, del llamado Tercer Ojo. (Cfr. Osho: «The Vigyana Bhairava Tantra», volumen 1, capítulo 22).

Rasputín parece haber sido un personaje contradictorio y excesivo, con el atractivo añadido de la absoluta transgresión sexual —esa que todos niegan pero que a todos seduce. Sus métodos sexuales, en algún lejano algo, pueden ser semejantes a los de ciertas tendencias del Vamachara, de los que Mircea Eliade catalogó dentro de los “excesos de las sectas de la mano izquierda”. La secta a la que perteneció Rasputín en su Rusia natal —cuya divisa era, según el propio Partridge: “Peca si deseas ser perdonado”— era a la Iglesia Ortodoxa Rusa lo mismo que suelen ser ciertas sectas tántricas a la ortodoxia hinduista: el opuesto oscuro e incendiariamente transgresor. No en balde Osho habla de él, y Nikolas Schreck y Zeena Schreck incluyeron a Rasputín en su excelente libro Demons of the Flesh: The Complete Guide to Left Hand Path Sex Magic, en un capítulo llamado nada menos que «Rasputin y la sacralidad del pecado».

Realmente el barbudo, caricaturesco y más psicótico que lunático Rasputín, personaje de la saga de Corto Maltés de Hugo Pratt, con sus arranques transgresores pero maniqueos, no logra parecerse tanto a la figura histórica y proteica que lo inspiró, sino que más bien se parece a la idea que normalmente se hace de él la mente occidental —siempre sustentada en un subconsciente judeocristiano y temeroso de la transgresión sexual, aunque siempre amándola y deseándola en secreto.

♦  RASPUTÍN SEGÚN FERNANDO GONZÁLEZ

♦  RASPUTÍN SEGÚN BURGO PARTRIDGE