Como dice Aristóteles, cosa es verdadera,
el mundo por dos cosas trabaja: la primera,
por tener mantenencia; la otra era
por tener juntamiento con hembra placentera.
Si lo dijese de mío, sería de culpar;
dícelo gran filósofo, no soy yo de refutar;
de lo que dice el sabio no debemos dudar,
que por obra se prueba el sabio y su hablar.
Que dice verdad el sabio claramente se prueba
hombres, aves, animales, toda bestia de cueva
quieren, según natura, compaña siempre nueva;
y cuanto más el hombre que a toda cosa se mueva.
Digo muy más del hombre, que de toda criatura:
todos a tiempo cierto se juntan con natura,
el hombre de mal seso todo tiempo sin mesura
cada que puede quiere hacer esta locura.
El fuego siempre quiere estar en la ceniza,
como quiera que más arde, cuanto más se atiza,
el hombre cuando peca, bien ve que desliza,
mas no se aparta de ello, pues natura lo atiza.
Y yo como soy hombre como otro pecador,
tuve de las mujeres a veces grande amor;
probar hombre las cosas no es por ende peor,
y saber bien, y mal, y usar lo mejor.

 

El título completo de este poema, largo según la antigua usanza, es: «Aquí dice cómo, según es natural, los hombres y los otros animales quieren tener compañía con las hembras», y ha sido tomado del Libro de buen amor, del Arcipreste de Hita. La ortografía del siglo XIV con que escribió el autor, ha sido adaptada a la moderna por nosotros para este artículo.

Es curioso que en este poema tan naturalista y sexual —tanto, que recomienda “probar”, para saber qué es lo mejor (con una actitud ya poco medieval)—, el Arcipreste, a pesar de ser cristiano y prelado principal, no sólo nos remita a Aristóteles como Auctoritas (Autoridad) en vez de a algún Padre de la Iglesia como Tomás o Agustín —quienes tanto hablaron del sexo—, sino que además coloque al hombre junto con los otros animales —elección que lo acerca delicadamente al evolucionismo en vez de al creacionismo, como se debería esperar. Es sin dudas un ejemplo de la ambigüedad de la poesía goliardesca que ya anunciaba el Renacimiento, espíritu que siempre está un poco presente a lo largo del Libro del de Hita.

Este poema, si bien célebre, sobre el “juntamiento con fembra placentera” —que ya fuera citado por Fernando González en su Viaje a pie a propósito de los nunca cesados lazos entre la Iglesia y la vida sexual del clero—, no es un caso aislado dentro del Libro de buen amor. Confróntense, si no, el resto de sus poemas, los cuales se pueden hallar —como diría Sancho dos siglos después con jerga curialesca—  “donde más largamente se contienen”.