Hace algún tiempo, fue titular de noticias en Yahoo una pareja que recién había gastado cientos de miles de euros en cirugías plásticas e implantes, para adquirir un look casi idéntico al de la muñeca Barbie y su novio el muñeco Ken. Todo en el artículo —anécdotas, fotografías de “antes-y-después”, comentarios, precios detallados de las operaciones, etc.— resultaba veladamente grotesco y manipulador; pero lo más criticable que tenía el artículo es que presentaba el hecho sin el menor juicio de valor con respecto a tamaña locura absurda y ridícula —como si la intención del autor en realidad fuera, encargo mediante, no sólo hacer publicidad a las clínicas de cirugía estética, sino además “normalizar” actitudes como esas de siliconarse el cuerpo, de modo que las nuevas generaciones no vean el menor problema en someterse a la cirugía plástica, los implantes y el Botox, en pos de una quimera que nunca será otra cosa que lucir como muñecos plásticos.
La chica-Barbie —cuyo nombre es Anastasia Reskoss— comentaba nada menos que su madre, cuando ella era niña, le regalaba muchísimas Barbies… hasta que un día ella misma decidió que quería convertirse en una. Las Barbies educan a las niñas para que sean plásticas, silicónicas, neuróticas, asexuadas y anoréxicas, como ciertas modelos que ya van pareciendo perchas de hueso con la ropa colgada. El mundo de las pasarelas, en principio, permanece prohibido para las niñas —o al menos eso se supone. Pero cuando hay suficiente dinero, todo tiene una solución: las Barbies son a las niñas lo que las topmodels a las adultas —y a casi nadie esto parece importarle.
Producto de la impronta de absurdos como estos, las niñas primero enferman en sus mentes, y luego enfermarán en sus cuerpos cuando, apoyadas además por las campañas Pro-Ana, se abandonen a la anorexia nerviosa para poder lucir como las que ayer fueron sus heroínas “encarnadas” en las muñecas Barbies, y hoy son sus heroínas descarnadas caminando por las pasarelas, lavándoles el cerebro con absurdos cánones de belleza escuálida.
La realidad de todo esto es dura, pues conocemos a niñas de menos de nueve años que con frecuencia necesitan incluso hospitalización, debido a complicaciones de la anorexia que se han vuelto crónicas. Esto por no hablar de las pre-adolescentes y adolescentes, que por legiones caen en esas trampas de la publicidad y la moda.
Por suerte, los chicos de la serie argentina de Internet Cualca han venido a parodiar bien esta historia de Barbies cadavéricas, y de mujeres que han dejado su condición natural de diosas del amor, para convertirse en espíritus descarnados —que alguien puede ver bellas sólo después de un intenso lavado de cerebro en los mass media.
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