La menstruación complicada y dolorosa que hasta hoy la mujer conoce, se debe al sexo mal practicado. Cuando el sexo se convierte en amor, la menstruación vuelve a ser un don natural, fluido, sin dolores, y sin conflictos entre la mujer y el hombre. Ella comienza a disfrutar de su periodo menstrual como un momento muy especial de expresión de su feminidad. La menstruación es uno de los procesos más inteligentes del cuerpo femenino: es una bella renovación corporal y espiritual.
La menstruación —si la mujer no tiene conflictos con ella— hace que haya una magia amorosa en la luz. Los sentidos y el cuerpo de la mujer se suavizan y hacen que la realidad sea suave: es como si la delicia que la mujer siente en su cuerpo fluyera hacia la realidad. Todo se hace más sutil, más espiritual, más amoroso. Cuando la mujer deja fluir su menstruación sin entrar en conflictos con ella, es como si su cuerpo estuviera dando a luz, es como si todo en torno a ella se llenara de luz.
La naturaleza femenina es llenar la realidad de amor. Ésta es la función espiritual básica que la mujer cumple en la vida —función que tiene la posibilidad de renovarse con cada menstruación. Este espíritu femenino de amor se acrecienta con la menstruación, por lo que podemos decir que lo que ocurre de manera acrecentada durante la menstruación —la realidad llenándose del amor y la luz que la mujer genera—, es lo que debiera ocurrir siempre.
Pero no es lo que ocurre. Durante la menstruación, la feminidad de la mujer se acrecienta, y ella se siente más abierta, vulnerable, y sensible al amor. Ella busca el amor en quienes la rodean, lo busca en su pareja, lo busca en los rostros que ve por la calle, lo busca por todas partes, y en ninguna parte encuentra verdadero amor. Al no encontrar amor, ella busca al menos honestidad con respecto a la triste situación de desamor que percibe por todas partes. Pero nadie llama al desamor por su nombre: todos actúan como si hubiera amor, y fingen el amor que no sienten. El amor es solamente una apariencia de amor.
Entonces ella entra en esos raros estados de estrés menstrual, y reniega de la claridad y de la percepción honesta que la menstruación le trae. ¿Para qué quiere ella ser honesta? ¿Para sufrir abiertamente la deshonestidad y el desamor? ¿Para qué quiere ella estar en un estado diferente al de los demás que, al menos aparentemente, parecen ser invulnerables al dolor de la vida sin amor ni honestidad? A ellos parece no interesarle. Tal parece que la equivocada es ella por necesitar el amor verdadero y ver que no lo hay.
Ella comienza a tratar de reprimir la menstruación, evitando el estado de vulnerabilidad que la menstruación le trae, y evitando percibir el absurdo de la vida normal sin amor. Intenta ser «normal». Muchas veces se puede saber cuándo una mujer está atravesando el periodo menstrual —sobre todo si ella es joven y no ha interiorizado aún el hábito de esconder el estado menstrual. Basta con mirarle a los ojos y entrar en empatía con lo que ella está sintiendo: está tratando de funcionar «normalmente» dentro de una realidad que le parece absurda. Ella percibe el desamor como un desajuste muy profundo en la realidad. Y tiene que hacer un enorme esfuerzo psicológico para actuar «normalmente» dentro de su acrecentada percepción del desamor.
El malestar, el estrés y el dolor menstrual nacen del tremendo esfuerzo que ella tiene que hacer para reprimir su estado de apertura y vulnerabilidad durante el periodo. Esto lo hace tensando sutilmente —casi sin darse cuenta— músculos y nervios del útero, la vagina, la cabeza y otras zonas de su cuerpo.
La mujer intuye que la vida real no es el desamor que ella ve por todas partes: la vida real es el amor que ella anhela. Si la vida fuera amor, si todos viviéramos en el amor, ella no sentiría la vida como un absurdo: ella amaría la vida y amaría el bello estado de apertura y conocimiento que su menstruación le trae cada mes.
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