La mujer es como la Naturaleza, que no entrega muy fácilmente su verdad más profunda aunque lo superficial sea evidente. O es como la luna, que aunque es bella en todas sus fases, siempre tiene una cara oculta. Aunque pueda parecer lo contrario, la mujer tiene una sexualidad más intensa que la del hombre.

El hombre es el polo activo en el sexo, y por eso su actividad sexual normalmente es más evidente. En cambio, la discreción y delicadeza naturales en la mujer hacen que su sexualidad sea menos evidente. Aun así, la sexualidad más profunda, intensa y sublime es la femenina; sólo que ella hasta hoy no ha podido revelar su verdadera naturaleza sexual. El acto sexual dura demasiado poco, y ella no tiene tiempo, no ya de participar, sino que ni siquiera logra empezar.

Una vez que el hombre de un modo u otro ha logrado la intimidad con la mujer, él penetra en el cuerpo de ella, y más o menos a los 15 minutos de haber comenzado el acto —esto solamente para tener una idea, pues a veces es mucho menos, y a veces mucho más— la mujer comienza a despertar en su sexualidad. De aquí en adelante, si el hombre permanece sin eyacular, ella comienza a vibrar sexualmente —para disfrute de ella y del hombre— como hoy el hombre nunca lo haría según los hábitos sexuales normales. Por eso él debe entrenarse bien —con el ejercicio para el control de la eyaculación que hemos indicado— para poder controlar su eyaculación cuando las sensaciones sexuales se hagan tan exquisitas debido a que la mujer ya está participando de veras en el sexo.

Pero, tristemente, durante el acto sexual habitual, cuando el cuerpo de la mujer está a punto de despertar eróticamente, el hombre no resiste una sensación tan intensa, eyacula, y el acto sexual acaba. Esto hoy es tan frecuente, que se ha convertido en una regla: prácticamente nadie conoce un acto sexual verdaderamente poderoso, y de hecho muchísimos estudios modernos de sexología explican que el acto sexual moderno dura más o menos de 10 a 15 minutos —estudios más recientes dicen que la mitad de este tiempo. ¿Cómo va a existir el amor, si la mujer en realidad no participa en el acto?

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Toda mujer es intensa y profundamente sexual —tanto como el hombre lo es hoy, y también más, de modo que cuando la sexualidad de ella despierte de su largo sueño, el hombre deberá aprender a hacer el amor para poder ir tan lejos y tan alto como ella. Si ella hoy no se reconoce como un ser profundamente sexual, es porque la han educado según errores y prejuicios tradicionales: le han lavado el cerebro diciéndole que el sexo es malo, lo cual equivale a decir que la mujer es mala y que la vida es mala.

La mujer no debería seguir reprimiendo su sexualidad, o confinando en el subconsciente su anhelo sexual. Ella debería aceptar su deseo sexual, dejarlo ser en toda su profundidad, y debería navegar en ese bello anhelo sexual todo el día —aunque no esté haciendo el amor en ese momento. No nos referimos a que ella necesariamente tenga que pasarse el día jugando sexualmente; en realidad nos referimos a un tipo de experiencia interior sin represiones, impulsada por el estímulo de una sexualidad plena. Cuando ella haga esto, sus días comenzarán a ser felices y de buen humor.