La iluminación —ese “despertar de la conciencia” de que tanto han hablado los caminos de evolución de Oriente y Occidente— es un término que puede definirse de muchas maneras, desde diversos puntos de vista. Una definición, tal vez la más simple posible, de lo que es la iluminación —que, en nuestro caso, siempre será la iluminación usando como vehículo al sexo—, es la siguiente:

La iluminación es el estado de conciencia en que entramos cuando, gracias a hacer bien el sexo, dejamos de dedicar nuestro potencial básico de energía a la búsqueda inconsciente del gozo sexual que antes no alcanzábamos.

Este abandono consciente de la búsqueda inconsciente del sexo a que hoy está sometido todo ser humano, libera un gran potencial de energía que por sí mismo ilumina. Por eso es que ciertos caminos consideran que iluminarse consiste en detener los escapes personales de energía. Por ejemplo, el Taoísmo y el camino del guerrero de Castaneda lo enfocan así: “Tapa los orificios, cierra las puertas” a través de las cuales se escapa tu energía, dice el Tao Te King —el Taoísmo posterior a Lao-Tsé fue todavía más explícito en esto: la principal fuga energética es precisamente la eyaculación—; y en los libros de Castaneda se reitera que el guerrero accede a ver una realidad aparte cuando se vuelve “un avaro de su energía sexual”, para lo cual lo primero es detener el escape seminal (confróntense de Carlos Castaneda: El fuego interno y Lectores del infinito). Además de esto, ciertos caminos añaden: todo ser humano ya está iluminado, sólo tiene que darse verdadera cuenta de ello, y dejar de hacer varias de las rutinas normales de su vida, a través de las cuales se escapa todo su potencial energético evolutivo.

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La definición de iluminación que hemos dado un párrafo atrás, puede parecer un concepto eminentemente tántrico —en tanto es el Tantra el camino que plantea que iluminarse es haber puesto a dormir a la energía Kundalini, gracias a la satisfacción sexual profunda; del mismo modo que es el Tantra quien plantea que no estar iluminado consiste en precisamente lo contrario: en tener la Kundalini despierta, es decir, permanecer en una búsqueda inconsciente e incesante del gozo sexual (algo así como que, si no tenemos goce sexual, siempre lo estaremos buscando, y así perderemos de vista todo lo demás. El Guhyasamaja-tantra —como hemos citado en el epígrafe debajo del título de este artículo— dice además que iluminarse es satisfacer el fondo de todos los deseos, y esto también hace parecer que nuestra definición de iluminación es eminentemente tántrica, y no se adapta a otros caminos. Pero en realidad no solo el Tantra define la iluminación como un cierto uso específico de la energía sexual. Lo cierto es que la definición sexual de la iluminación está implícita en muchos caminos tradicionales, de los que todo el mundo conoce: en el hinduismo y el catolicismo de los monjes célibes que renuncian —al menos en teoría— al sexo, para así conservar su energía sexual y aprovechar su potencial para el espíritu; en el Vajrayana y su propuesta de que iluminarse es lograr derretir la gota blanca (semen) y hacerla ascender por los canales interiores —signifique esto o no que se haga sexo ritual, según la escuela de que se trate—; o incluso en el judaísmo —especialmente en el cabalismo— y su propuesta de que la pérdida del estado adánico original (la iluminación) radica en la eyaculación, en el escape innecesario de esa preciosa energía. No es la remota caída de Adán y Eva lo que mantiene sin iluminación al ser humano, sino la eyaculación innecesaria y continúa. El “pecado original” no es el sexo sino la eyaculación. Por eso es que la tradición cabalista explica que los arcángeles instruían a Adán y Eva en el modo de practicar bien el sexo, para que lo pudieran usar como vehículo de regreso al paraíso. Creamos o no literalmente en estos mitos, su enseñanza es la misma: el buen acto sexual ilumina.

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Se puede decir que todos estos caminos que hemos mencionado trabajan con la energía sexual, aunque algunos lo hagan en negativo, es decir, prohibiendo el acto sexual para los adeptos, para que nunca —o lo menos posible— ocurra la tremenda pérdida energética de cada eyaculación, lo cual en términos espirituales es determinantemente negativo. De algún modo, es cierto eso que dice el cabalismo —que es la raíz más profunda de todo lo judeocristiano, incluido el camino de los monjes y ascetas cristianos que predicaron y “practicaron” la abstinencia sexual—: si eyaculas con frecuencia, te será imposible la iluminación, es decir, tu conciencia no despertará a la realidad real.

Sin embargo, hay que decir que la cuestión verdadera —y esto pocos caminos o casi ningún camino ha logrado tomarlo en cuenta— es que para suprimir la colosal pérdida de energía que el hombre sufre con cada eyaculación, no es necesario suprimir el acto sexual por completo, sino la eyaculación misma —y esto muy paulatinamente a lo largo de la vida, de modo que llegues a suprimirla por completo mucho más adelante, cuando unas cuantas cosas profundas ya hayan cambiado en tu interior.

Suprimir el acto sexual no necesariamente produce la iluminación: eso puede haberlo notado cualquiera que esté medianamente familiarizado con estas experiencias. En cambio, si practicas bien el acto sexual —lo cual, para comenzar, significa simplemente alargar el acto sexual: aprender a mantenerte sin eyacular hasta que el sexo se haga lo suficiente—; si logras hacer esto, ya estás en el camino de la iluminación aunque no hayas alcanzado la eta: practicando el suficiente sexo sin eyaculación, no sólo conservas la energía, sino que además la sublimas —algo que no lograrás del todo si, aunque busques no eyacular, no practicas sexo, es decir, si haces mera abstinencia sexual. A la energía sexual que conservas mediante la abstinencia —abstinencia de eyaculación— es necesario “darle calor” para que ascienda, para que se sublime y te ilumine —según los términos alegóricos que usa la Alquimia sexual. Cuando el hombre logra esto, la mujer que hace sexo con él comienza a actualizar su propia iluminación natural, la cual ella no actualizaba debido al sexo meramente animal y eyaculatorio que el hombre hacía con ella.

Lucien Freud

La abstinencia por sí misma no ilumina a nadie. Dejar la energía seminal sin eyacular, pero sin sublimar mediante el buen acto sexual, no es iluminarse, sino que puede convertirse en aquella aberración de los monjes medievales, quienes, debido a su represión, desarrollaron grandes obsesiones sexuales ocultas que, a escondidas, “aliviaban” mediante el más eyaculatorio acto sexual. La cuestión con la iluminación sexual no es sólo controlar el semen y conservarlo dentro del cuerpo, sino además sublimarlo, transformarlo en energía espiritual. Hay que aprender a usar de modo ascendente y no descendente esa energía que, durante el mejor acto sexual, estamos buscando no expulsar fuera del cuerpo.

Como hemos dicho —y esto complementa la definición que dimos al inicio de este texto—, la iluminación por vía sexual consiste en lograr una correcta sublimación de la energía sexual, y con ello, una correcta realización del propio ser —no en el sentido de realizar ese compendio de anécdotas e historias personales que llamamos ego, sino en el sentido de realizar tu propio ser verdadero.