El acto sexual actual tiene un enfoque equivocado: todavía se cree que el coito tiene como objetivo provocar la eyaculación del hombre para complacerlo a él. Incluso ciertos enfoques «más actuales», que ya consideran persona a la mujer y por fin «le conceden» el derecho de ser igual que el hombre en el sexo y en todo lo demás: estos enfoques todavía no son suficientes ni van a mejorar nada. Vale el esfuerzo, pero, al menos en el acto sexual, los logros de propuestas bienintencionadas como esa son sólo aparentes.
Lo cierto es que la mujer y el hombre no son iguales: en realidad son bien distintos, y eso tiene sus implicaciones para lograr un verdadero acto sexual. La mujer y el hombre deben ser plenos en lo que son, sin necesidad de ser iguales. Según ciertos principios de la erótica oriental: la divinidad del hombre consiste en adorar la divinidad de la mujer, tanto en el acto sexual como en la vida cotidiana. Sin este enfoque del hombre más interesado en el gozo de la mujer que en el suyo propio, el acto sexual será siempre un círculo vicioso de egos defendiendo sus derechos, por más novedades tecnológicas y sociológicas que le insertemos al coito. De modo que, por ese camino, nadie nunca ganará nada, y mucho menos la mujer.
APRENDER A CONTROLAR LA EYACULACIÓN ES SIEMPRE EL PRIMER PASO
Hay que saber que para que el acto sexual sea realmente bueno ―mucho más allá de las meras apariencias―, el hombre debe ocuparse de la mujer más que de sí mismo. La verdad del buen acto sexual es que, hasta que él no se haya ocupado de que ella alcance la cúspide del éxtasis orgásmico, no debiera permitirse llegar a la eyaculación. Y por cierto que, mientras la mujer está descargando orgásmicamente todas las mieles sexuales de su esencia femenina, el hombre recibirá de ella tal placer en cuerpo y alma, que al final él quizá ni siquiera esté interesado en la eyaculación, y alcance esa paz sin desgaste que todo hombre sueña. Sólo quien no ha vivido esto puede no comprender de qué estamos hablando.
Para empezar a lograr este tipo de acto sexual, olvídate del prejuicio de que tus propios orgasmos eyaculatorios sean el objetivo del acto sexual o puedan ocurrir antes que los orgasmos de ella, de ese modo suprimiéndolos. Renuncia a esas eyaculaciones sin sentido, al menos hasta que la mujer haya llegado aunque sea una vez al orgasmo en el acto sexual. Sólo después de ocuparte de ella es que puedes comenzar ocuparte de ti ―si es que luego de un profundo acto sexual con ella, todavía ambos se consideran personas distintas. Más adelante tú también podrías aprender a tener orgasmos múltiples, es decir, orgasmos sin eyacular. Pero ese es un logro mayor y a largo plazo. De momento sé altruista y desenfócate de ti mismo: ocúpate de ella, conságrate a ella, para lo cual el primer paso es que aprendas a tener verdadero control de tu eyaculación.
No hay que obsesionarse con lograr orgasmos femeninos: disfruta el camino, que ya llegarán los orgasmos. Si todavía no llegan al inicio del camino, en algún momento comenzarán a ocurrir naturalmente y de manera fácil. El orgasmo múltiple femenino es una de las primeras consecuencias que ocurren cuando el hombre empieza a aprender a controlar su eyaculación. A esto hay que añadir que el orgasmo femenino no es el propósito final del acto sexual: el propósito final del acto sexual es la reunión plena de lo femenino y lo masculino. Pero el gozo orgásmico femenino es uno de los medios no ya importantes sino imprescindibles para alcanzar el propósito final del acto sexual.
QUÉ SIGNIFICA QUE EL ORGASMO FEMENINO ES SAGRADO
El placer y los orgasmos de la mujer son sagrados. ¿Qué quiere decir «sagrados»? Sagrado en este caso no significa algo que no puedas tocar o que esté por encima de ti o lejos de ti, o sea mejor que tú. Sagrado en este caso significa que el gozo orgásmico de la mujer es un bien tan profundo y radical, que es una de las bases de la felicidad humana. Es uno de esos bienes sin los cuales la vida se vuelve gris y mecánica, y nada funciona, sin que sepamos cuál es el motivo. Un auténtico infierno, como quizás ya sepas. Esto no sólo afecta a la mujer: afecta también al hombre que está con ella, y a las demás personas y al entorno.
De la cuna a la tumba el hombre vive profundamente afectado por la infelicidad de la mujer, sin que él o ella hayan sabido qué hacer para solucionarlo. Lo queramos o no, la energía femenina es así de poderosa para bien o para mal. Mejor que sea para bien. Mejor que los ojos apagados, la infelicidad cotidiana, el corazón deprimido y enmascarado, el ánimo querellante y egoico ―todo esto es resultado del sexo mal hecho― se vayan, y vengan en su lugar los ojos brillantes, la risa encendida, el corazón vibrante y en expresión real, y el ánimo lleno de pasión y romance ―resultados todos del sexo bien hecho.
Si la mujer vive sin gozo sexual, la vida para ella y para los demás es un laberinto de infelicidad que no puede tener remedio, sino sólo paliativos sociales inventados. Entonces, por el bien de todos, empieza por considerar verdadera la máxima de varios de los caminos de la erótica oriental: el placer y los orgasmos de la mujer son bienes sagrados y es mejor consagrarse a ellos, empezando por abandonar el ego. Esto es demasiado importante como para que pueda resolverse mediante avances sociopolíticos o económicos, híper correcciones políticas, o aparentes libertades o emancipaciones sexuales o sociales.
Sin llevar a la práctica estos consejos que hemos dado, es casi imposible comprender de qué estamos hablando aquí. La experiencia sexual profunda es un parteaguas que divide la experiencia vital en un Antes y un Después. Al menos en el entorno de la pareja, comenzar a practicar bien el sexo es como comenzar a salir de una cueva que no nos dejaba ver la luz ni distinguir la vida real de una vida inventada. Con toda humildad te decimos que, seas hombre o mujer, cuando logres hacer realidad la vivencia del gozo sexual profundo femenino, se abrirá ante ti un mundo nuevo que nada tiene que ver con lo que conocías hasta ahora.
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