El egoísmo presupone al egocentrismo, pero no viceversa. Una persona egoísta es siempre egocéntrica, pero una persona egocéntrica no necesariamente es egoísta. Conocemos personas egocéntricas que no son egoístas en absoluto. Por el contrario: lo dan todo de sí —en términos materiales y espirituales—, con tal de ser el centro de la atención de quienes le rodean. Conocemos, en cambio, personas egoístas que no desean ser el centro de la atención de los demás: sólo son el centro de la atención de sí mismos.
En nuestro marco, el egoísmo es una categoría moral, que se define como una excesiva tendencia al propio yo. [i] En cambio, a diferencia del egoísmo, el egocentrismo es una categoría cognitiva, es un modo de percibir y comprender el mundo. Egoísta es la persona que desea todo —o casi todo, o mucho— para sí misma; pero egocéntrica es la persona que percibe la realidad consigo como centro principal, independientemente de su código de valores económicos, morales, éticos, estéticos, etc.
Ejemplos de la diferencia entre egoísmo y egocentrismo
Por ejemplo. Una persona egocéntrica puede ser dadivosa, pero una persona egoísta preferirá que sean dadivosos con ella. Una persona egoísta tal vez pone muchos reparos para deshacerse de los objetos que posee; prefiere conservarlos para sí misma antes que regalarlos, y quizás, debido a esto, prefiera la soledad. Preferir la soledad no es algo ni bueno ni malo en sí mismo: el error o el acierto están en el motivo que tenemos para preferir la soledad o la compañía. Pues, una persona que se queje demasiado de sus males —los cuales tal vez no sufra tanto en realidad, y puede que ni siquiera los tenga en verdad—, puede bondadosamente buscar a otras personas, sus allegados posiblemente, para poder quejarse frente a ellos, mientras los agasaja con regalos —objetos de los que no lamenta deshacerse. Esta persona no es egoísta, sino egocéntrica.
Otro ejemplo. Alguien que tenga una muy mala opinión —real o distorsionada— de sí mismo, de modo que nunca desee la atención de los otros —puede que incluso rechace toda compañía de quien pueda «darse cuenta» de lo que poco que él vale—, es con toda probabilidad una persona egocéntrica, a pesar de la tendencia general a no considerar egocéntricas a las personas que tienen una posición «lastimera» ante la vida o una postura emocionalmente dependiente. La autoindulgencia —que en este contexto es sinónimo de permitir que ideas autodestructivas tomen el mando de tu ser— es una actitud tan egocéntrica como la de permitir que lo que tome el mando de tu ser sean tendencias extremas de autoafirmación positiva. Tener una superlativa mala opinión de sí mismo, en términos de egocentrismo, no es diferente de tener una superlativa buena opinión de sí mismo: ambas personas son por igual egocéntricas.
Otro ejemplo más en este sentido de la diferencia entre egoísmo y egocentrismo. Un egoísta difícilmente defienda causas sociales o ambientales —y especialmente no defenderá las causas sociales que no le incluyan a sí mismo; aunque: ¿existirá alguna causa ambiental que no le incluya? Pero, por otra parte, una persona egocéntrica puede perfectamente defender causas sociales y ambientales, a las cuales, con su mejor intención, les imprimirá normas personales —probablemente disfrazadas de altruismo.
En fin: el egoísmo es un mal diferente del egocentrismo, pero ambos por igual son males que lastran o impiden cualquier tipo de evolución espiritual. En lo único que el egocentrismo es peor que el egoísmo, es en lo extendido que está —lo cual no es poco decir. Los ejemplos que hemos puesto antes, sólo son ejemplos indicativos de otros tantos que pueden darse en la vida cotidiana. Pues una muchedumbre de volúmenes de cientos de páginas, no alcanzarían para listar los numerosos modos de ser egocéntricos.

La ficción de la historia personal
Ser egocéntricos, a la larga, se ha convertido en la modalidad perceptual habitual de la inmensa mayoría de los seres humanos. Casi cada ser humano de hoy vive una ficción personal: de un modo u otro, con más o menos detalles específicos, cada cual piensa —e incluso percibe— que su propia historia personal es la anécdota absoluta, dentro de la cual él es el protagonista y los demás son personajes secundarios o de reparto, o incluso extras; sus propios dramas son los más importantes, y los devenires y desenlaces de sus conflictos son los únicos que importan y han de ser narrados en las conversaciones diarias. Es éste el motivo secreto de que las conversaciones casi siempre sean, no diálogos, sino monólogos superpuestos, dentro de los cuales cada quien hace un canto de sí mismo y una apología de su propia historia personal —ya sea para engrandecerla o para «empequeñecerla».
Esta perspectiva de la «importancia» de la propia ficción vital, es siempre propensa a sustituir al protagonista —al sí mismo— por otro protagonista de su preferencia. Alguien que se considere protagonista de su historia, lo será hasta tanto otra persona le imponga «su propio, magnífico, magnético» protagonismo. El protagonismo y el servilismo, como todos los extremos, se tocan; de hecho, ambas tendencias se sustituyen en dependencia del contexto o la situación. A quien perciba la vida en términos de protagónicos y secundarios, no sólo buscará subordinar subrepticiamente a quienes le rodean, sino que además, en cierto momento le será irresistible proclamar protagonista de su vida a algún líder de cualquier tipo, a alguna estrella de cualquier clase, o a alguna otra ideología encarnada en una «personalidad influyente» que en definitivas le haya vencido en esa ilusoria contienda; para así pasar de protagonista a secundario, de líder a seguidor, y esto asumido con toda «humildad».
La verdadera humildad comienza por ser uno mismo, empezando por abandonar cualquier enfoque de líder o seguidor. El egocentrismo —sea de enfoque protagónico o servil— impide la claridad en la percepción y en el pensamiento, así como imposibilita la verdadera sabiduría en todas las áreas de la vida. El egocentrismo está en la base del daño que le hacemos al planeta, y del daño que nos hacemos como individuos y como especie. El egocentrismo —y en realidad todo lo egoico— es, para nuestra especie, un error de perspectiva y de percepción, y es además una anomalía que provoca todos los males de la actualidad, si no es que también los de siempre.
Y por supuesto, el egocentrismo está en la base de nuestra falta de capacidad de amar —ya sea en el sentido de hacer el amor bien, o ya sea en el sentido de comunicarnos realmente. Puede que el egocentrismo haya sido útil en términos de supervivencia y reproducción animal en tiempos de machos alfa y harenes de hembras; pero en términos de amor, el egocentrismo actualmente tiene consecuencias devastadoras. El amor es trascendencia de lo personal, y el egocentrismo nos enfoca patológicamente en lo personal —que no necesariamente es lo individual. Esto algunas filosofías y caminos espirituales lo han puesto en claro.
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Personalidad e individualidad
El egocentrismo no es individual, sino completamente estereotípico. Podemos darnos a ser egocéntricos, y con ello mismo nos estaremos poniendo en el camino de ser sujetos seriados, parte de una masa humana cuyos elementos creen ser cada uno diferente del otro, y por eso precisamente son idénticos uno al otro. El egocentrismo siempre «elige» un tipo específico dentro del muy finito y estrecho repertorio humano, y son los estereotipos lo que nos divorcia de ser realmente nosotros mismos, mientras vivimos intensamente la ilusión de la anécdota personal.
Lo personal está constituido por el fardo de nuestra personalidad, mientras que lo individual es lo que somos realmente. Sólo quien es individual —quien actúa para realizar lo que realmente es— es capaz de amar. El egocéntrico no es capaz de amar, porque —contrario a lo que aparenta— no se ama a sí mismo, y puede que se odie a sí mismo: tener tan patológica tendencia a clamar por la atención de los otros sobre sí mismo, no es sino un signo de que le falta el amor por sí mismo. El egocéntrico, si es masculino, eyaculará más pronto para complacerse a sí mismo; y si es femenino, se mantendrá encerrado en los límites de su persona, para evitar experimentar el desamor que sufrió en el pasado.
Amar realmente a otra persona, es comenzar a experimentarnos como un ser de dos cuerpos convertidos en uno, magia y milagro que sólo es posible de alcanzar mediante el buen sexo y la verdadera comunicación, que poco a poco se convierte en comunión. Pero quien es personal —quien todo lo enfoca a través de su personalidad—, incluso en pareja se mantiene en los límites de su propia ficción personal y difícilmente pueda amar a la otra persona que es su pareja. El egocéntrico siempre seguirá buscando ser el centro, así sea el centro de la pareja: sólo buscará a la otra persona para amarse a sí mismo usándola a ella. En este caso, que es casi todos los casos, el «amor» es sólo una treta indirecta más del egocentrismo. El amor verdadero nos desenfoca, no ya del ego, sino además de todo lo que en realidad no importa.
NOTAS:
[i] El concepto ‘yo’ en latín se decía ego, y en griego se decía ἐγώ (egó): ambas palabras, aunque podían tener otros matices, fungían neutral y gramaticalmente como pronombres de la primera persona del singular. De estos pronombres grecolatinos, y en especial del término latino, proviene directamente nuestro término para referirnos, no al yo —palabra que también se deriva de las anteriores, aunque por vía de evolución lingüística: ego>eo>io>yo — sino para referirnos al yo excesivo: el ego. En español no es lo mismo decir ‘el yo’ que ‘el ego’: la segunda puede tener más matices peyorativos que la primera. En cambio, cotidianamente, egocéntrico y egoísta pueden usarse como sinónimos de una persona que se consiente demasiado a sí misma. Sin embargo, en el contexto de este artículo, en aras de comprender mejor lo que explicamos, es conveniente diferenciar el egoísmo del egocentrismo. A pesar de que la sinonimia absoluta rara vez existe, en contextos más generales, es posible que egocéntrico y egoísta sean adjetivos sinónimos, o incluso puede que ambos términos puedan ser sinónimos de egoico, otro neologismo interesante en español, dentro de los esfuerzos por comprender y liberarnos de la nociva influencia del ego. Muchos nos cuidamos conscientemente de ser egoístas, pero pocos nos cuidamos de ser egocéntricos. Esta confusión nace de una imprecisión lingüística, que es mejor aclarar.
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